La espléndida mañana que ofrecía aire puro me hizo caminar por las calles de Guadalupe, tan alineadas, tan serenas, tan silenciosas y sin pizca de tráfico, tan… propias. Así literal me sentí al transitar por el tradicional Barrio de Guadalupe, buscaba un poco de calma y jamás pensé encontrarlo muy de mañana y en un lugar que casi a diario ando; lo increíble aquí es que pude percatarme de una de las particularidades más atrayentes de ésta ciudad y es que sus distintivas casas aún coloniales mantiene diseños únicos en la región, digamos que es una arquitectura de valores autóctonos, estéticos y hasta artísticos derivados por supuesto de las adaptaciones sociales y hasta territoriales.
Basta admirar esas fachadas de acceso principal que atraen como imán y como no, si son precisamente jambas de piedra de cantera y dintel que modestamente coronan el resto del edificio conformado por peanas, guardapolvos, columnatas y muy en la parte superior un friso en relieve que remata con cornisa. No sé mucho de términos arquitectónicos pero después de una detallada observación es imprescindible conocer todos los elementos que armoniosamente se conjugan para no despedir el colonialismo aún, pero eso sí lo que más me impresionó y quizás me puso a pensar un poco es esa distribución ordenada y simétrica que apunta sin duda a valores de belleza y armonía. ¡La arquitectura habla por sí sola!
Con cámara en mano, curiosidad avivada y después de una amable invitación para conocer su interior pude percatarme de las inmensas particularidades que guarda, como las desgastadas cerraduras que protegían los accesos y que nos conduce por las distintas piezas que la integraban. Nada como observar las delirantes puertas de madera que denotan su gran antigüedad, respaldadas por el rejado de los ventanales y acompañadas en la mayoría de las habitaciones de singulares hamaqueros que responden sin palabra alguna a calurosos motivos. Pero lo que se llevó mi atención instantáneamente fue encontrar barrocos armazones de madera con elípticas y curvas formas que se utilizaban en los arcos, los mismos que descansan en dóricas columnas.
Lo interesante aquí es que esta casa cuenta con un desagüe pluvial que desemboca al pozo, ese que hacía correr el agua al caer la lluvia y que con el paso del tiempo se ha hecho acompañar de solidas arbóreas raíces que han crecido en su interior. Este pozo era el que proporcionaba agua a los caballos en el patio de servicio, este último delimitado por un arco de transición entre el patio central, que aunque ya caído por el paso del tiempo, se niega a desaparecer y prueba de ello son sus corroídas paredes aun vigentes y hasta con enrojecida pintura propia de la época. Es así como aquí hubo cabida incluso para una caballeriza con amarraderos y hasta pude observar un arrastre de piedra cantera para las vigas del techo. ¡Impresionante!
Un particular hallazgo fueron los retazos de mármol insertos en los antiguos muros, que indican con su sola presencia los elegantes pisos a base de este elemento en las piezas principales de la casa. Pero eso sí, las mejores vistas de obtienen desde el techo, porque no solo me di cuenta de la forma de “L” en que está distribuido sino del valioso conjunto en sí. Si aun no se ha tomado el tiempo de apreciar arquitectónicos elementos ¿Qué espera? Campeche lo tiene, disfrútelo y aprovéchelo.