Alguna vez ha ascendido un volcán activo? Sí no lo ha hecho, debe entonces de incluirlo en su próxima lista de viajes, porque es una desafiante actividad que pone a prueba nuestra condición física pero sobre todo nos enseñará a conquistar nuestros propios miedos; le comparto esto porque hace unos meses tuve la oportunidad de visitar un impresionante volcán en constante actividad que se encuentra en la hermana republica de Guatemala: el imponente Volcán Pacaya.
De fácil acceso y muy cercano a la ciudad capital podemos encontrar este coloso, ya que solo toma unos 30 Kms llegar al municipio de San Vicente Pacaya, ubicado dentro de los límites territoriales del departamento de Escuintla. Según instrucciones del guía cuenta con 2,500 metros sobre el nivel del mar y es parte de un área protegida, con tales referencias inicia la excursión al pie del volcán, es una caminata sencilla por un delimitado camino que ha medida del ascenso del vuelve desafiante, pero no por eso deja de ser una opción viable para personas de cualquier edad requiriendo tan solo una ligera dosis de voluntad y a cambio ofreciéndonos sorprendentes panorámicas de pueblos vecinos y demarcadas colinas dispuestas a sembrar que simulan un enorme bordado de distintas tonalidades. Por supuesto, habrá que hacer algunas pequeñas pausas en el camino que nos permitan recuperar fuerzas.
Para buen deleite viajero, tuve la oportunidad de realizar un pequeño picnic que con las precauciones debidas nos permitió encender una fogata, sorprendentemente no es tan fácil, porque hay que valerse de los medios ahí dispuestos como buscar pequeños leños. Conlleva sus ligeras complicaciones pero nos permitió asar carnes, saciar el hambre y regalarme una reconfortante charla para estrechar nuevas y duraderas amistades.
El ascenso dura próximamente 2 horas, invitándonos a cruzar una perpendicular ladera con estrecho camino que nos acerca aún más al volcán. El paisaje cambia, se vuelve un poco desértico, arenoso, humeante y a medida de los pasos se puede escuchar el crujir de la petrificada lava; a pesar de esto, la ansiedad germinativa de la tierra se hace presente en pequeñas y desafiantes ramitas que aún así crecen allí. Créame, la sensación es increíble porque nos pone en contacto absoluto con la tierra y te percatas de tu pequeñez.
Además las ráfagas de aire aumentan, así que es necesario ir bien abrigados. Quizás suene infantil, pero te sientes tan cerca del cielo que las nubes se aprecian en su máximo esplendor. Mercadológicamente aquí apuestan por los “productos de temporada”, ya que me encontré una pequeña “lava store” destinada a los turistas que deseen visitarla. Pero eso sí, no hay nada como descubrir propiamente insólitos tesoros y formas de las rocas, que para saciar el espíritu aventurero es necesario internarse en una especie de pequeña “cueva”, esas que se han ido formando con las erupciones del mismo volcán y que en su interior nos permite apreciar a mayor cabalidad las formaciones rocosas que la naturaleza tiene para exploradores, aquí entre nos, dirigir tu mirada hacia arriba y observar la agrietada e inmensa pared rocosa es sensacional. Como un buen plus, se puede observar coloraciones amarillentas en las rocas, provocadas por el mismo azufre y proporcionándole una tonalidad única.
A pesar de que durante el ascenso no pude observar la lava tan cerca como pretendía, durante la madrugada el Pacaya me regaló una impresionante demostración de su fuerza interior, el color rojizo y encendido de la lava se observaba aún a kilómetros de distancia, y créame su iluminación natural y la estrellada noche, se ha convertido en una indeleble panorámica en mi memoria.
Recomendable al 100% es disfrutar de esta maravilla natural, que sin duda nos permite relacionarnos con la naturaleza, poner a prueba nuestra física disposición pero sobre todo regalarnos un perdurable momento.