Ni les había contado, hace un par de semanas conocí una pareja de ancianos artesanos procedentes de Calkiní, quienes se ganan la vida realizando un noble oficio, la artesanía a base de barro y quienes además me proporcionaron una buena dosis de invaluable instrucción. Permitame estimado lector, explicarle esta singular lección.
El barro, por su lodosa composición se convierte en una atesorada materia prima de fácil adquisición que permite realizar usuales pero valiosísimos objetos que utilizamos comúnmente en nuestro diario vivir; no me lo podría negar querido lector pero observe a su alrededor y encontrará tan siquiera un solo objeto a base de barro, desde jarrones, tazas, maceteros y por supuesto los adornos para el hogar.
Pues bien, este tipo de artesanía requiere para su elaboración un pequeño proceso que por sencillo que parezca resulta bastante complejo. Para mis buenas anécdotas viajeras recibí una serie de consejos sobre su manejo, empezando lógicamente por una porción de tierra que al agregarle agua se convierte en una moldeable masa tan flexible a temperatura ambiente que es éste el momento idóneo para darle forma al objeto creativo que se pretende realizar, es decir moldearlo, darle apariencia, trabajar en los finos detalles y con las herramientas adecuadas que generalmente se reducen a sus propias manos. Aquí es donde yo aplicaría el dicho de mi padre de “ganarle tiempo al tiempo”, porque si no lo hacen lo suficientemente rápido el barro se seca, se contrae y por lo tanto se endurece. Una vez terminado este proceso, es momento de llevarlo al horno para asegurar un buen trabajo con duraderos productos.
Aunque desafortunadamente no tuve el privilegio de observar tal realización, si me llevo en mente fotográfica buenos recuerdos de esos encantadores, rústicos pero frágiles objetos artesanales que tenían en exposición. Los más numerosos eran pequeñas figuras de atractivas formas y colores, que para mi sorpresa resultaron ser silbatos que emitían un estrepitoso sonido; en amena plática comprendí que estas “figuritas” son las que adornan los altares de infantes y llevan consigo un especial motivo.
Además también habían enormes maceteros con vistosos adornos de diferentes texturas y decorados plasmados a su alrededor. Estos son los complementos ideales para cualquier espacio. Para las reinas del hogar hay también jarrones y ollas que le dan a la comida un especial sabor. ¡Tiene que experimentarlo!
Inmerecidamente me hice acreedora de una pequeña vasija que guardo muy bien en casa y que tiene dos funciones, su utilidad y el recuerdo de tan noble gesto de artesanos campechanos. Vaya, de esta experiencia puedo concluir, que al igual que el barro hemos de aprender a ser manejables y adaptables a las diferentes situaciones que enfrentamos diariamente en nuestra vida, pero sobre todo comprendí que la fortaleza se puede medir en pequeñas acciones de bondad y generosidad. ¡Sonría y nos leemos la próxima semana!
Berenice Ceballos García.